De isla de pescadores a isla para complacer al turista
Mirando al cielo, recuerdo que tengo más de 15 años deseando visitar Holbox para nadar con el tiburón ballena, el pez más grande del mundo, explorar su colorido arrecife de coral y disfrutar de 36 kilómetros de arena suave y oleaje turquesa del Mar Caribe. La pequeña y paradisiaca isla de pescadores se encuentra a 25 minutos en ferry del puerto de Chiquilá en el norte del estado de Yucatán en México.
Anticipando mi visita, en el año 2008 revisé las corridas de ferries y había solo cuatro al día. Al llegar a la taquilla en el verano del año 2022, encontré 30 corridas en cada dirección, ofrecidas por un par de compañías. ¿Cuántos pasajeros transporta cada corrida? Ciento cincuenta es el cupo máximo.
Descendimos en Holbox hambrientos y tomamos un taxi para ir a comer a la playa: un carrito de golf, el medio de transporte en la isla. El motor se esforzaba para circular por las cacarizas y encharcadas calles de arena blanca, su ruido ahogó el sonido del viento.
En el horizonte, la naturaleza se hizo presente a través de los murales coloridos algunos en estilo abstracto y otros, realista que cubren casas construidas con madera, así como a diversos edificios de dos pisos que alojan hoteles, restaurantes y otros comercios. “Desde el año 2014, celebramos el Festival Internacional de Arte”, me dijo el conductor, abierto a artistas plásticos de todas las latitudes. Los murales muestran rostros morenos de la población local, a Frida Khalo y Diego Rivera, flamencos rosados parados en una sola pata y una playa larga de arena blanca y oleaje manso que se volvió realidad al tocar su agua tibia. Junto con varias decenas de personas, no dudamos en zambullirnos.
“¿Y la pesca local?”, pregunté al mesero sentada a la mesa de plástico bajo la palapa al encontrar en la carta salmón del pacífico norte y bacalao escandinavo. “El mero y la covina son la pesca del día. También tenemos pulpo y langosta para ofrecerle”, dijo. Por su acento, supe que no era yucateco. Optamos por su recomendación: un mero preparado a la tikin xic, receta típica del estado de Yucatán. El pescado se baña con recaudo de achiote diluido con el jugo de naranjas agrias, se cubre con tiras de chile pimiento rojo o verde, y rodajas de cebolla morada y jitomate, y se envuelve en hoja de plátano para asar al carbón o a la leña. Al abrir la hoja de plátano, el olor especiado del mero invadió la brisa. El color naranja intenso de su carne tiñó mis labios y contagió el cielo del atardecer. La promesa de tranquilidad, belleza y pescado fresco se cumplía.
De regreso al pueblo en un carrito de golf, pregunté al taxista sobre el estado de las calles. “Es que hay mucho tránsito y la arena se compacta, antes no era así. El gobierno debería de aplanar las calles más seguido. No se deben asfaltar porque la lluvia dejaría de filtrarse al suelo. De por sí ya hay contaminación de agua en la isla”. En 2015, “la planta de tratamiento de aguas residuales de Holbox tiene capacidad suficiente para los 1,500 habitantes de la zona, pero es insuficiente para los más de 18,000 personas entre visitantes y población flotante.”[1]
Continuó el desfile de hoteles, tiendas de ropa, restaurantes de carnes y pizzas propiedad de grupos restauranteros, además de bares y antros atiborrados de turistas y desbordados de música pop, salsa y reguetón desbordándose. El sonido del oleaje o del viento contra las palmeras quedaron en el pasado. ¿Por qué traer la ciudad a la isla de pescadores? ¿Por qué los destinos terminan siendo iguales?
Bajamos en nuestro hotel y su calle no fue la excepción: las bolsas de basura la moteaban. El cielo también estaba moteado, pero con estrellas que el débil alumbrado público me permitió disfrutar.
Mientras mi esposo contrataba el tour que nos llevaría a cumplir nuestro sueño de nadar con el tiburón ballena, conversé con la recepcionista del hotel, Gaby, tiene 20 años, es soltera y vive con su mamá. Originaria de Cancún, llegó a Holbox en 2008 a los seis años de edad. “Vivíamos unas mil personas. La playa estaba llena de estrellas de mar”, me dijo sonriente. Traté de recordar y no, no vi una sola estrella de mar esa tarde.
¿Cómo sucedió esta invasión turística? A mi regreso a Ciudad de México, investigué. Para empezar, en 1994 se decretó el Área de Protección de Flora y Fauna Yum-Balam, a la cual pertenece Holbox. Dentro de los siguientes doce meses, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) debió publicar en el Diario Oficial de la Federación el Programa de Manejo. Sería el instrumento rector de planeación y regulación que establece las actividades, acciones y lineamientos básicos para el manejo y la administración del área natural protegida.
Pero este programa fue publicado 24 años después, en 2018. Su ausencia provocó inestabilidad social porque abrió “la puerta a la especulación con la tierra y a que exista desorden en cuanto a las actividades productivas que pueden llevarse a cabo dentro del área nacional protegida”[2]. Como resultado, los pobladores vendieron sus tierras ejidales a inversionistas para tener dinero.
Gamaliel Zapata, quien fue alcalde en Holbox, contó lo sucedido paso a paso a los reporteros Tatiana Maillard y Juan Manuel Coronel en 2018. Un grupo de empresarios dirigido por Fernando Ponce buscaron construir “La Ensenada, un megaproyecto turístico compuesto por 875 villas y condominios, tres hoteles, un área comercial y un puerto (...)”. La destrucción que causó el huracán Wilma en 2005 a Holbox fue el momento ideal para que los empresarios empezaran “a tejer su trampa”. Gamaliel inicialmente no reparó en ella y “vio con buenos ojos cómo los representantes de Fernando Ponce llegaban con electrodomésticos, dinero para la reconstrucción, promesas de desarrollo”. ¿A cambió de qué? De sus derechos ejidales. “El pago que ofrecían a las familias era de cuatro millones de pesos, un precio muy por debajo para estos terrenos que ahora se cotizan en dólares”. Yo diría que los inversionistas buscaron cambiarles oro por espejitos.
La trampa se hizo evidente cuando “vinieron engaños y fraudes para acelerar la apropiación. El saldo que dejó la lucha por 12 kilómetros de playa fue 16 pobladores de la isla detenidos con supuestas acusaciones de delitos ambientales, agresiones contra otros 30 comuneros y una sociedad enemistada. Aunque Fernando Ponce terminó por retirar el proyecto, el daño estaba hecho. El pueblo quedó dividido entre los 70 ejidatarios que decidieron conscientemente vender su tierra alegando poder tener dinero y los 46 que decidieron oponerse para recuperar su hogar”.[3]
“Ninguna persona originaria de Holbox es pobre”, me dijo Gaby. “Algunos han reinvertido o tienen negocios, como los dueños de las compañías de los ferries.” La mayoría se dedican al turismo y solo quedan tres cooperativas de pescadores. “¿A ti te gusta cómo se ha transformado Holbox?”, le pregunté. “Me gusta que hay lugares a donde salir de fiesta”, me respondió y sus ojos se iluminaron como los bares con sus luces. “Antes, a las 9 de la noche la playa y el pueblo estaban callados.” Era la idea que yo tenía de esta isla de pescadores. “Menos cuando había fiestas de quince años. Se hacían en la explanada donde ahora llegan los ferries o en la plaza principal”, recordó y yo imaginé a las quinceañeras bajo el cielo estrellado bailar entre nerviosas y alegres, pero eso sí, acaloradas en su rebuscado vestido. “Pero desde hace unos siete años que ya no se festejan ahí”, concluyó Gaby. Otro espacio cedido al turismo, además de la playa, otro ritual que desaparece y la división social se profundiza.
Tras la venta de las tierras ejidales, ¿qué hay de la oferta de vivienda para las nuevas generaciones y los trabajadores foráneos que llegan a vivir aquí? “¡Las rentas están carísimas! Hay terrenos cerca de donde llegan los ferries, pero no hay servicios”, Gaby responde. Yo me pregunto si Gaby algún día podrá comprarse una vivienda propia en Holbox.
Un huésped bronceado, en chanclas y con la toalla colgada sobre su hombro izquierdo interrumpe nuestra conversación y dice: “Veo que ya llegó la electricidad. Y, ¿qué tal la presión del agua? No puedo más con ese chorrito”. A lo que Gaby responde: “Es que hay muchas personas en esta temporada, pero ya están volviendo los servicios a la normalidad”.
Aunque el dinero fluya en Holbox, aunque los impuestos se destinaran a ampliar los recursos y la capacidad instalada, la pequeña isla de dos kilómetros de ancho y 42 de largo no tiene vocación para el crecimiento.
“Listo, ya quedó reservada la excursión para ir a nadar con el tiburón ballena”, dijo mi esposo emocionado y yo me alegré. Lo único que quería era sumergirme en la naturaleza de Holbox, dejar de ver turistas a mi alrededor. Tal vez el tiburón ballena ansiaba lo mismo, lo que también nos incluía a mi esposo y a mi.
Carla Pascual es autora de Descubrirme en Qatar, el único libro escrito en español y que ofrece la mirada de una latinoamericana sobre la cultura árabe musulmana, pues las narrativas sobre Arabia usualmente provienen de EUA y de Europa.
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[1] Centro Mexicano de Derecho Ambiental, https://www.cemda.org.mx/alertan-a-relator-del-agua-de-la-onu-sobre-contaminacion-en-holbox/, consultado el 23 de junio de 2023
[2] Centro Mexicano de Derecho Ambiental, https://www.cemda.org.mx/segunda-cadena-humana-para-exigir-proteccion-a-la-isla-de-holbox/, consultado el 23 de junio de 2023
[3] "Holbox, paraíso que muere lentamente" por Tatiana Maillard y Juan Manuel Coronel en Animal Político, https://www.animalpolitico.com/sociedad/holbox-paraiso-que-muere-lentamente, consultado el 23 de junio de 2023. Negritas añadidas.
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