Más que libros para los niños en este parque público de Morelia
En una de mis visitas a Morelia en el año 2021 y después de muchos años, fui a pasear por el Bosque Cuauhtémoc, a descubrir en él una pequeña construcción que me intrigaba. Durante el kínder, veía a diario este parque público municipal del centro histórico de la ciudad, pues estudiaba en el jardín de niños público Rosaura Zapata, ubicado frente a él. Mi mamá me inscribió ahí por practicidad: trabajaba en la Comisión Forestal del Estado de Michoacán, cuya sede se encuentra en el Bosque Cuauhtémoc, en un bello edificio en cantera rosa y rodeado de jardines con flores y árboles.
De adulta, varias veces vi en el Bosque esa construcción de un piso cuando manejaba por la avenida Acueducto. Ella alberga esta hermosa obra hidráulica reconstruida en cantera a partir del año 1785 para llevar agua de la periferia al centro de la ciudad. Todo México conoce el acueducto de Morelia porque aparece en los billetes rosas de $50.
El día de mi paseo, crucé a pie por debajo de uno de los arcos para alcanzar el Bosque y dirigirme a la pequeña construcción. Atravesé el claro de pasto, di la vuelta a la cerca color verde para encontrar el frente y me sorprendí gratamente: escrito sobre su fachada blanca dice “Biblioteca Pública Municipal Morelia 450 Aniversario”.
La reja estaba cerrada con un candado, así que saqué una moneda de $10 y la usé para golpearlo con la esperanza de que alguien escuchara y me abriera. Tuve suerte. Un hombre de cabello negro canoso, barba de candado y tez blanca salió del pequeño edificio para atravesar el patio y alcanzar la puerta. Se trata de Óscar Tapia Campos, el encargado.
—Ahorita está cerrado por la pandemia.
Era noviembre del año 2021 y se seguía escuchando la misma cantaleta entre los servicios públicos y privados.
La Biblioteca se inauguró en 1990, año en que Morelia cumplió 450 años de haber sido fundada. De ahí su nombre “450 Aniversario”, aunque es mejor conocida como la Bibliotequita del Bosque. Óscar me explicó que el inmueble depende del municipio, el personal del gobierno del estado y el acervo de la federación.
—Los niños de las escuelas cercanas pasan la tarde aquí, hacen la tarea en lo que sus papás salen de trabajar—me dijo—. También hago actividades de aprendizaje y lectura con los niños.
Después me enteré que la Bibliotequita del Bosque ofrece cursos de verano. Además, es sede de clubs de actividades recreativas, como el Club de Ajedrez del Bosque Cuauhtémoc desde septiembre de 2022, y de eventos culturales, como el XVII Festival de Poesía “Palabra en el Mundo”, celebrado del 1º al 30 de mayo del año 2023.
Aunque suene contradictorio, también hay cabida para el descanso en la Bibliotequita del Bosque.
—Por ratos, vienen a descansar al pasto los cuidadores de los pacientes en los hospitales— incluso hay unos árboles altos y de tronco grueso donde recargar la espalda, pensé —. Es más seguro para ellos y está limpio, aquí no se permiten mascotas.
Hay varios hospitales privados aledaños y hasta noviembre del año 2020 se ubicaba en la misma área que la Bibliotequita el Hospital Infantil de Morelia Eva Samano de López Mateos. Éste fue mudado, junto con el cercano Hospital Civil de Morelia Dr. Miguel Silva, a Ciudad Salud en la lejana y poco accesible periferia de Morelia. Ambos inmuebles siguen de pie y en 2023 la Secretaría de Salud del Estado de Michoacán autorizó su donación a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo para convertirse en hospitales universitarios.
Entendí el descanso que buscan los cuidadores que se refugian en el pasto de la Bibliotequita del Bosque. Recordé cuando mi mamá estuvo internada cinco noches en el Hospital General de Zona del IMSS en Charo. Me sentía tan fatigada del encierro, de respirar el mismo aire, de no saber cómo avanzaría la enfermedad terminal. Salía a ratos a acostarme en los pastos del hospital bajo la sombra de los árboles.
Me despedí de Óscar inspirada por la labor de la Bibliotequita. Vino a mi memoria la ocasión en que mi abuela vino de visita a Morelia, pues ella vivía en Guanajuato, y me llevó a buscar hongos en el claro donde ésta se ubica. Fue un mes de octubre, tarde para la temporada, así que apenas encontramos uno pequeño color café. Seguí mi paseo por los jardines de rosales del Bosque, me recordaron a los rosales que tenía mi mamá en su jardín. Fui a curiosear y sí, ahí siguen los juegos mecánicos a los que mi tía Isabel y mi mamá me llevaban con mis primos y donde nos compraban refrescos Chaparritas luego de haber disfrutado del trenecito y del carrusel. Volví a ver la cumbre más alta de la pista de bicicletas hecha de terracería, la que nunca me atreví a rodar, aunque mis primos mayores nos animaban a mi prima Estefanía y a mí a lanzarnos.
Después caminé por la avenida Lázaro Cárdenas y llegué al quiosco construido en concreto y pintado en color café para simular troncos de madera en el que alguna vez celebramos el cumpleaños número nueve de mi amiga Camelia. Los globos de colores colgados de la orilla del techo decoraron el quiosco esa vez. Vi, no tan lejos, el Museo de Historia Natural, al que fui en alguna visita escolar. Más adelante, sobre avenida Acueducto, alcancé el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce, que visitaba en mi adolescencia emperifollada con aretes y un dije de ámbar comprados a los hippies en algún Festival Internacional Cervantino. En las salas del museo algunos amigos pintores expusieron.
Con tristeza e ilusión, en marzo de 2023 regresé a la Bibliotequita del Bosque a entregar la donación de la Enciclopedia de los Museos. La hojeé antes de visitar Washington, DC y París en mi adolescencia. Pero ahora, desocupaba el departamento de mi madre fallecida y ya no podía conservar sus 29 tomos. Traté de colocarla sin éxito entre amantes del arte. Empacada en dos pesadas cajas de cartón, mi esposo y yo la entregamos a Óscar, quien prometió impartir algunas clases con ella para darla a conocer entre los niños.
Ese día, la Bibliotequita del Bosque ya estaba abierta al público y unos seis niños y niñas de primaria estaban sentados en la mesa del patio, bajo la sombrilla, recibiendo el viento mientras hojeaban libros y hacían la tarea.
Carla Pascual es autora de Descubrirme en Qatar, el único libro escrito en español y que ofrece la mirada de una latinoamericana sobre la cultura árabe musulmana, pues las narrativas sobre Arabia usualmente provienen de EUA y de Europa.
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